Podéis llamarme Sacaelwhisky, último de los grandes viajeros. Un buen día, muchos lustros en el pasado, puse un primer pie en el camino y, repleto de barro como estaba, tuve que volver a mi casa a cambiarme los zapatos por unas katiuskas, botas con las, a la sazón, crucé el planeta de mar en mar y de una montaña a otra en el confín del mundo. Recuerdo aquella vez en la que pisé tierra de fuego creyendo, erróneamente, que era Tierra de Fuego; y, 200 kilómetros al norte de Nápoles, hube de cambiar la suela de las katiuskas por unos envoltorios de patatas a la romana. Tiempo atrás, mucho tiempo atrás, yo era fuerte, tan sabio como un lemur y ágil como una zarigüeya, encantador de mujeres y amante de serpientes a las que primero limaba los colmillos. Con ellas puestas podía cruzar los peligrosos ríos amazónicos sin temor a que el terrible candirú recorriera mis intimidades sin permiso. He conocido a más personas indeseables que granos de arena hay en las playas y estrellas en el cielo. Y el amor. Bueno, ése lo he pagado. Siempre cash y con la serpiente puesta. Me llamaban akanga mboîa ûasu, que en tupí significa "vaya pollón".
Vosotros llamadme @Sacaelwhisky.
(Dejad de votar positivo, cabrones)