Nuestra ruina fue ser los adalides del catolicismo, y perdernos la revolución protestante de otras naciones. Mientras en los otros países era un orgullo convertirse en un próspero burgués, aquí era una vergüenza, y un pecado. Pocas cosas me han quedado de la educación católica de mi infancia, excepto un mantra machaconamente repetido: "antes pasará un camello por el ojo de una aguja que un rico llegue al reino de los cielos". En un país donde por definición la prosperidad es de ladrones, pecadores impíos e hijos de puta, difícilmente van a ir las cosas medianamente bien.
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Opino que el artículo es de lo más genial que he leído. Me quito el sobrero con frases tan brillantes como esta:
"Habrá que imponer salarios reducidos, proporcionales a sus logros, reducidos al principio y que aumenten si los ciudadanos los revalidan en el cargo."