No es correcto afirmar que envejecemos simplemente porque a partir de cierta edad dejamos de ser fértiles y que la “evolución” deja de proteger nuestros genes. Es mucho más complicado.
No existe ninguna protección, simplemente los organismos nuevos disponen de un material genético renovado, gracias a la reproducción sexual y desde su misma concepción comienzan a sufrir el deterioro inevitable de su permanente interacción con el medio.
Para los organismos más sencillos que se reproducen sin que se produzca un intercambio y rejuvenecimiento genético ni siquiera puede hablarse de envejecimiento. Es solo desde hace unos 650 millones de años, con la aparición de la reproducción sexual que fue el origen de los organismos pluricelulares complejos, cuando podemos hablar de la evolución del proceso de envejecimiento en las especies.
Es cierto que en el proceso evolutivo se ha desarrollado en la premisa básica de que lo único importante es la preservación de la vida misma, en cualquiera de sus formas y bajo cualquier tipo de condiciones ambientales. Ante un medio cambiante y hostil en el que el espacio y los recursos son limitados, la mejor garantía para que la vida pueda perdurar es la competencia entre las especies para lograr una cada vez más perfecta adaptación al medio y una mayor diversidad.
Sin embargo, una vez alcanzado un alto perfeccionamiento y una alta tasa de diversidad de las especies en relación con el medio y entre las propias especies entre sí, subsiste el problema de las limitaciones en el espacio y en los recursos disponibles. Cuanto más evolucionadas son las especies mejor adaptadas están a su entorno y más complejas son sus interacciones con otras especies y todo eso permite que aumente la longevidad de los individuos, pero aumenta también el peligro de que el éxito adaptativo de una especie provoque la desaparición de muchas otras y finalmente, tras acabar con todos los recursos, con la suya propia.
Por eso y en paralelo con la propia evolución se desarrolló el proceso de envejecimiento, de la misma forma que se desarrolló el proceso de muerte celular programada (apoptosis), que durante nuestro desarrollo embrionario nos permite suprimir tejidos y estructuras arcaicas heredadas de nuestros ancestros.
Algún día descubriremos cómo modificar ese programa y nuestras células no envejecerán, aunque seguiremos pagando un alto precio por nuestra longevidad en forma de enfermedades cancerígenas y degenerativas, siempre que no desaparezcamos antes debido a nuestro “éxito” adaptativo.
No existe ninguna protección, simplemente los organismos nuevos disponen de un material genético renovado, gracias a la reproducción sexual y desde su misma concepción comienzan a sufrir el deterioro inevitable de su permanente interacción con el medio.
Para los organismos más sencillos que se reproducen sin que se produzca un intercambio y rejuvenecimiento genético ni siquiera puede hablarse de envejecimiento. Es solo desde hace unos 650 millones de años, con la aparición de la reproducción sexual que fue el origen de los organismos pluricelulares complejos, cuando podemos hablar de la evolución del proceso de envejecimiento en las especies.
Es cierto que en el proceso evolutivo se ha desarrollado en la premisa básica de que lo único importante es la preservación de la vida misma, en cualquiera de sus formas y bajo cualquier tipo de condiciones ambientales. Ante un medio cambiante y hostil en el que el espacio y los recursos son limitados, la mejor garantía para que la vida pueda perdurar es la competencia entre las especies para lograr una cada vez más perfecta adaptación al medio y una mayor diversidad.
Sin embargo, una vez alcanzado un alto perfeccionamiento y una alta tasa de diversidad de las especies en relación con el medio y entre las propias especies entre sí, subsiste el problema de las limitaciones en el espacio y en los recursos disponibles. Cuanto más evolucionadas son las especies mejor adaptadas están a su entorno y más complejas son sus interacciones con otras especies y todo eso permite que aumente la longevidad de los individuos, pero aumenta también el peligro de que el éxito adaptativo de una especie provoque la desaparición de muchas otras y finalmente, tras acabar con todos los recursos, con la suya propia.
Por eso y en paralelo con la propia evolución se desarrolló el proceso de envejecimiento, de la misma forma que se desarrolló el proceso de muerte celular programada (apoptosis), que durante nuestro desarrollo embrionario nos permite suprimir tejidos y estructuras arcaicas heredadas de nuestros ancestros.
Algún día descubriremos cómo modificar ese programa y nuestras células no envejecerán, aunque seguiremos pagando un alto precio por nuestra longevidad en forma de enfermedades cancerígenas y degenerativas, siempre que no desaparezcamos antes debido a nuestro “éxito” adaptativo.