Entiendo perfectamente a la gente que dice que no se gastaría 250€ para "comer" en un restaurante. Que prefiere unos huevos fritos con patatas. Pero el caso es que Ferrán Adrià (Por mucho que no sea santo de mi devoción) ha creado un estilo propio de cocina muy interesante. Lo que ofrece a los afortunados comensales no es una comida, propiamente dicha, sino una experiencia culinaria.
Que la gente no quiera entender esto me parece fantástico también. No voy a ser yo quién diga nada en contra. Pero sé que hay gente que realmente considera "el comer" como un placer. Yo me encuentro entre ellos. No es que prefiera una espuma de aceite de oliva sobre un cocido madrileño, es que me parecen cosas que no tienen punto de comparación. Y tampoco quiero decir que comerse un cocido, unas fabes, o un buén chuletón con patatas no sean un placer. Es la búsqueda y la investigación en la potenciación de sabores, el uso de un laboratorio específicamente para la creación de nuevas texturas. El uso de las mejores materias primas al alcance para crear. De la misma forma que un pintor mezcla los colores de su paleta para obtener ese tono concreto que ha tardado meses en encontrar.
También es verdad, evidentemente, que al Bulli no sólo va gente que aprecia este tipo de comida sino también cualquiera que se lo pueda permitir y luego quiera fardar en la oficina. Pero no creo que esto sea culpa de nadie.
El hecho de que el menú cueste tanto dinero viene porque este tipo de manipulación de la comida requiere una gran inversión económica. Los 6 meses que el Bulli está cerrado está abierto el laboratorio y a la gente que trabaja ahí, pues le gusta cobrar a final de mes. Los productos, los materiales, las seguridades sociales, los impuestos... Son muchos gastos.