Como algunos trozos están cortados, me he molestado en buscar el texto completo, que es un diálogo entre dos personajes:
A propósito de Segis diré que su indómita rebeldía se iba modificando por las flexibilidades de aquella época positivista. Evolucionó con suavidad hacia el arte o ciencia del buen vivir, y acabó por entregarse a un filosofismo atrozmente cínico. Dejábase llevar por la Condesa a las beaterías del Caballero de Gracia, y de otras iglesias de moda, afectando cierta contrición y propósito de enmienda que a muchos engañaba, y a mí, que tan bien le conocía, causábame el efecto más cómico que puede imaginarse. El principal objeto de esta farsa era vigilar constantemente a su madre, para estar al quite de los ataques con que los sagaces caballeros de la faja negra amenazaban al saneado caudal de Casa Pampliega.
En las francas expansiones que conmigo tenía Segismundo, se quitaba la máscara hipócrita para revelarme con esta leal llaneza los móviles de su conducta: «Ni tú ni yo, querido Tito, podemos esperar nada del estado social y político que nos ha traído la dichosa Restauración. Los dos partidos, que se han concordado para turnar pacíficamente en el Poder, son dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el Presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado les mueve, no mejoraran en lo más mínimo las condiciones de vida de esta infeliz raza, pobrísima y analfabeta. Pasarán unos tras otros dejando todo como hoy se halla, y llevarán a España a un estado de consunción que de fijo ha de acabar en muerte. No acometerán ni el problema religioso, ni el económico, ni el educativo; no harán más que burocracia pura, caciquismo, estéril trabajo de recomendaciones, favores a los amigotes, legislar sin ninguna eficacia práctica, y adelante con los farolitos... Si nada se puede esperar de las turbas monárquicas, tampoco debemos tener fe en la grey revolucionaria. ¿Crees tú, Titillo, en la revolución?
A propósito de Segis diré que su indómita rebeldía se iba modificando por las flexibilidades de aquella época positivista. Evolucionó con suavidad hacia el arte o ciencia del buen vivir, y acabó por entregarse a un filosofismo atrozmente cínico. Dejábase llevar por la Condesa a las beaterías del Caballero de Gracia, y de otras iglesias de moda, afectando cierta contrición y propósito de enmienda que a muchos engañaba, y a mí, que tan bien le conocía, causábame el efecto más cómico que puede imaginarse. El principal objeto de esta farsa era vigilar constantemente a su madre, para estar al quite de los ataques con que los sagaces caballeros de la faja negra amenazaban al saneado caudal de Casa Pampliega.
En las francas expansiones que conmigo tenía Segismundo, se quitaba la máscara hipócrita para revelarme con esta leal llaneza los móviles de su conducta: «Ni tú ni yo, querido Tito, podemos esperar nada del estado social y político que nos ha traído la dichosa Restauración. Los dos partidos, que se han concordado para turnar pacíficamente en el Poder, son dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el Presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado les mueve, no mejoraran en lo más mínimo las condiciones de vida de esta infeliz raza, pobrísima y analfabeta. Pasarán unos tras otros dejando todo como hoy se halla, y llevarán a España a un estado de consunción que de fijo ha de acabar en muerte. No acometerán ni el problema religioso, ni el económico, ni el educativo; no harán más que burocracia pura, caciquismo, estéril trabajo de recomendaciones, favores a los amigotes, legislar sin ninguna eficacia práctica, y adelante con los farolitos... Si nada se puede esperar de las turbas monárquicas, tampoco debemos tener fe en la grey revolucionaria. ¿Crees tú, Titillo, en la revolución?
-Yo no -contesté resueltamente-. No creo ni en
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