Si alguien se para a pensar en algún momento en Bach, lo más probable es que imagine a un tío tirando a viejo, regordete, de gesto serio, con peluca, adusto, luterano, aburrido, poco romántico y francamente necesitado de echar un polvo. Algunos consideran que su música está anticuada, que es irrelevante, sosa, plana. A una persona así habría que obligarla a vivir para siempre en un anuncio de puros, en la sala de espera de un dentista o entre un público compuesto por octogenarios en la sala de conciertos mas viejuna y retrograda que podáis encontrar
La historia de Bach es asombrosa.
Cuando tiene cuatro años, sus hermanos más próximos mueren. A los nueve fallece su madre, a los diez también su padre y se queda huérfano. Lo mandan a vivir con un hermano mayor que no lo soporta, que lo trata de culo y no le deja centrarse en la música, que tanto le gusta. En el colegio lo acosan de forma tan continuada que acaba faltando más de la mitad de los días para evitar las habituales palizas y otras cosas peores. De adolescente recorre a pie varios cientos de kilómetros para estudiar en la mejor escuela de música que conoce. Se enamora, se casa, tiene veinte hijos. Once de estos vástagos mueren muy pequeños o al nacer. Su mujer muere. La muerte lo rodea, lo atrapa.
Mientras todos sus conocidos fallecen, él compone para la Iglesia y la corte, da clases de órgano, dirige un coro, compone para sí mismo, enseña a componer, toca el órgano, oficia servicios religiosos, da clases de clavicordio y, en general, curra como un auténtico hijo de puta. Compone más de tres mil piezas musicales (se han perdido muchísimas más), la mayor parte de las cuales, trescientos años después, todavía se interpretan, se escuchan y se veneran en todo el mundo. No puede recurrir a programas de doce pasos, psicólogos ni antidepresivos. No se dedica a quejarse como un capullo y a pasarse el día viendo la tele mientras bebe cerveza.
La leí años atrás y me parece mucho más inquietante, y cercana, otra obra del mismo autor que aprovecho para recomendar a quien pueda interesar: El rebaño ciego
Estaba sentado hace unos años delante de mi ordenador cuando me acordé que tenía que llamar por teléfono a un compañero. Descolgué el auricular y marqué el número de memoria.
Me contestó un tio con muy mal humor diciendo:
- "¿Qué quiere?".
- "Soy Nacho, ¿podría hablar con Roberto Martinez?" dije amablemente.
- "Te has equivocado, gilipollas", me respondió y acto seguido colgó.
No daba crédito a lo que me estaba ocurriendo. Cogí mi agenda para buscar el número de mi compañero y comprobé que, efectivamente, me había equivocado. Pero como aún recordaba el número "erróneo" que había marcado anteriormente, decidí volver a llamar a aquel tio y cuando me cogió el teléfono no esperé a que contestase y le dije:
- "Eres un hijoputa", y colgué rápidamente.
Inmediatamente apunte aquel número en mi agenda junto a la palabra "hijoputa".
Cada dos o tres semanas, cada vez que estaba cabreado (porque tenia que quedarme hasta tarde haciendo un trabajo de la facultad, o me llegaba una mala nota en alguna asignatura, o algún profesor me ponía de mala hostia, o alguna situación por el estilo) volvía a llamarlo y sin dejarle contestar le decía:
- "Eres un hijoputa".
Esto me servía de algún modo como terapia y me hacía sentirme mucho más relajado. Unos meses después, la maldita Telefónica introdujo el servicio de identificación de llamadas, lo cual me deprimió un poco porque tuve que dejar de llamar al "hijoputa".
Pero de repente, un día se me ocurrió una idea: marqué su número de teléfono y cuando escuché su voz le dije:
- "Hola, le llamo del departamento de ventas de Telefónica para ver si conoce nuestro servicio de identificación de llamadas".
- "No" me dijo el tío grosero, y me colgó el teléfono.
Al rato lo volví a llamar y le dije:
- "Eres un hijoputa".
Un mes después, estaba yo esperando con mi coche a que una anciana saliera de la plaza de aparcamiento del… » ver todo el comentario
#26 No es "el concepto de sí mismos" es el concepto de los otros. Para un francés somos gitanos todos y ya puedes ser rubio (yo lo soy y llevo toda la vida aguantando que me digan "de bote" de lo raro que resulta en España) en cuanto dices que eres español, eres de segunda.
¿Complejo? No, pero tampoco me voy a creer la reina del mambo por ser europea y convertirme en una francesa despectiva.
Si alguien se para a pensar en algún momento en Bach, lo más probable es que imagine a un tío tirando a viejo, regordete, de gesto serio, con peluca, adusto, luterano, aburrido, poco romántico y francamente necesitado de echar un polvo. Algunos consideran que su música está anticuada, que es irrelevante, sosa, plana. A una persona así habría que obligarla a vivir para siempre en un anuncio de puros, en la sala de espera de un dentista o entre un público compuesto por octogenarios en la sala de conciertos mas viejuna y retrograda que podáis encontrar
La historia de Bach es asombrosa.
Cuando tiene cuatro años, sus hermanos más próximos mueren. A los nueve fallece su madre, a los diez también su padre y se queda huérfano. Lo mandan a vivir con un hermano mayor que no lo soporta, que lo trata de culo y no le deja centrarse en la música, que tanto le gusta. En el colegio lo acosan de forma tan continuada que acaba faltando más de la mitad de los días para evitar las habituales palizas y otras cosas peores. De adolescente recorre a pie varios cientos de kilómetros para estudiar en la mejor escuela de música que conoce. Se enamora, se casa, tiene veinte hijos. Once de estos vástagos mueren muy pequeños o al nacer. Su mujer muere. La muerte lo rodea, lo atrapa.
Mientras todos sus conocidos fallecen, él compone para la Iglesia y la corte, da clases de órgano, dirige un coro, compone para sí mismo, enseña a componer, toca el órgano, oficia servicios religiosos, da clases de clavicordio y, en general, curra como un auténtico hijo de puta. Compone más de tres mil piezas musicales (se han perdido muchísimas más), la mayor parte de las cuales, trescientos años después, todavía se interpretan, se escuchan y se veneran en todo el mundo. No puede recurrir a programas de doce pasos, psicólogos ni antidepresivos. No se dedica a quejarse como un capullo y a pasarse el día viendo la tele mientras bebe cerveza.
Acepta lo que le pasa y vive todo lo… » ver todo el comentario