De los quipus merece la pena el comentario del Inca Garcilaso, que es más que razonablemente detallado. Cito:
Mas si se ofreciera haber de contar por el número de centena de millar, también lo contaran; porque en su lenguaje pueden dar todos los números del guarismo, como él los tiene, mas porque no había para qué usar de los números mayores, no pasaban de la decena de millar. Estos números contaban por nudos dados en aquellos hilos, cada número dividido del otro; empero, los nudos de cada número estaban dados todos juntos, debajo de una vuelta, a manera de los nudos que se dan en el cordón del bienaventurado patriarca San Francisco, y podíase hacer bien, porque nunca pasaban de nueve como pasan de nueve las unidades y decenas, etc.
En lo más alto de los hilos ponían el número mayor, que era, la decena de millar, y más abajo el millar, y así hasta la unidad. Los nudos de cada número y de cada hilo iban parejos unos con otros, ni más ni menos que los pone un buen contador para hacer una suma grande. Estos nudos o quipus los tenían los indios de por sí a cargo, los cuales llamaban quipucamayu: quiere decir, el que tiene cargo de las cuentas, y aunque en aquel tiempo había poca diferencia en los indios de buenos a malos, que, según su poca malicia y el buen gobierno que tenían todos se podían llamar buenos, con todo eso elegían para este oficio y para otro cualquiera los más aprobados y los que hubiesen dado más larga experiencia de su bondad. No se los daban por favor, porque entre aquellos indios jamás se usó favor ajeno, sino el de su propia virtud. Tampoco se daban vendidos ni arrendados, porque ni supieron arrendar ni comprar ni vender, porque no tuvieron moneda. Trocaban unas cosas por otras, esto es las cosas del comer, y no más, que no vendían los vestidos ni las casas ni heredades.
Con ser los quipucamayus tan fieles y legales como hemos dicho, habían de ser en cada pueblo conforme a los vecinos de él, que, por muy pequeño que fuese el pueblo, había de haber cuatro, y de allí arriba hasta veinte y treinta, y todos tenían unos mismos registros, y aunque por ser los registros todos unos mismos, bastaba que hubiera un contador o escribano, querían los Incas que hubiese muchos en cada pueblo y en cada facultad, por excusar la falsedad que podía haber entre los pocos, y decían que habiendo muchos, habían de ser todos en la maldad o ninguno.
Hay bastantes más libros ligeros y muy agradecidos de leer, incluso de una sentada. Tiro de la biblioteca de casa:
- "República luminosa", de Andrés Barba. Te imbuye en la armósfera sureña y no te deja indiferente.
- "El extranjero", de Albert Camus.
- "Las hazañas del Brigadier Gerard", de Arthur Conan Doyle. Entretenida.
- "El corazón de las tinieblas", de Joseph Conrad. Se puede leer de una sentada o ir reposando a Kurtz y Marlow.
- "Un cadáver en la biblioteca", de Agatha Christie. Cualquiera de su colección de misterio, vaya.
- "El librero", de Roald Dahl. Muy, muy corta y desternillante.
- "El nadador en el mar secreto", de William Kotzwinkle. Muy duro, la verdad, pero más que recomendado.
- "Fiesta al noroeste", de Ana María Matute. ¡Ay, cualquiera de sus obras es maravillosa!
- "Cosmética del enemigo", de Amelie Nothomb. No tiene sentido leerlo en momentos separados, porque todo va in crescendo en la trama y el estado que pone al lector...
- "De repente en lo profundo del bosque", de Amos Oz. Puede estar en esta lista o no, pero es posible de una sentada...
- "La dulce envenenadora" de Arto Paasilinna. Llorar de la risa, muy absurdo pero muy necesario.
- "Pedro Páramo", de Juan Rulfo.
- "Lavinia", de George Sand.
- "Una letra femenina azul pálido", de Franz Werfel. Pasa lo mismo que con la Nothomb, hay que leerlo de continuo para no perder el ambiente...
Y más, por no seguir de pie viendo lomos, jajajaja...
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