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Un lector muy crítico y muy atento a las pifias de EL PAÍS, Ricard Meneu, me escribe para reprocharnos un error que, cuanto más se repite en el medio de comunicación, más presunción de veracidad adquiere: el de atribuir al dirigente popular Eduardo Zaplana la ya arquetípica frase de "estoy en política para forrarme".
La crisis económica ha traído la resurrección de un viejo argumento: el ataque de los Gnomos de Zurich. Wall Street y la banca hundieron la economía mundial, y ahora el malvado contubernio de capitalistas comeniños conspira para destruir Europa, retorciéndose el bigote mientras estrangulan gatitos. Es argumento elegante, simple y muy de izquierdas: hay ricos malvados, pobres víctimas, y políticos (todos son iguales) que se arrodillan ante el poder. Una lástima que esa historieta sea una tontería.
El precio del uranio ha experimentado un prolongado declive, que fue lo que aconsejó el cierre de las minas españolas. Durante unos años, el desmantelamiento del armamento nuclear soviético proporcionó combustible barato a las centrales nucleares europeas. Para Francia, cuya producción eléctrica depende en un 80% de sus centrales nucleares, es vital asegurarse el aprovisionamiento y España, aunque en concentraciones hasta 200 veces menores que el mineral de otros países, tiene sobre el papel las segundas reservas del mundo.
Si una cuestión ha entrado por la puerta grande aupada por la crisis económica ha sido la del déficit democrático de la Unión Europea. Sin embargo, esta noble y larga polémica lleva mucho tiempo dentro de la academia. Algunos autores la han matizado como un déficit de credibilidad más que de procedimiento. Otros consideran que el perverso diseño de la Unión Monetaria es el último clavo de su ataúd. Aunque es complicado resumir el cahier de doléances contra la Unión, en general se han apuntado cinco críticas.