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El halcón maltés
Alta, cimbreña, sin un solo ángulo. Se mantenía derecha y era
firme de pecho. Iba vestida en dos tonos de azul, elegidos pensando en los
ojos. El pelo que asomaba por debajo del sombrero azul era de color rojo
oscuro, y los llenos labios, de un rojo más encendido. A través de su
sonrisa brillaba la blancura de los dientes.
Él se levantó, saludó inclinándose y señaló con la mano de
gruesos dedos el sillón de roble junto a la mesa. También era alto, al menos de seis
pies de estatura. El fuerte declive redondeado de los hombros hacía que
su cuerpo pareciera casi cónico -no más ancho que gordo e impedía que la
americana recién planchada le sentara bien.
—Gracias —dijo la muchacha en un murmullo, antes de sentarse en el
borde de madera del sillón.
Spade se dejó caer en su sillón giratorio y le hizo dar un cuarto de
vuelta para quedar de frente a la muchacha, sonriendo cortésmente.
Sonreía sin separar los labios. Todas las uves de su rostro se hicieron más
largas. Dashiell Hammett
firme de pecho. Iba vestida en dos tonos de azul, elegidos pensando en los
ojos. El pelo que asomaba por debajo del sombrero azul era de color rojo
oscuro, y los llenos labios, de un rojo más encendido. A través de su
sonrisa brillaba la blancura de los dientes.
Él se levantó, saludó inclinándose y señaló con la mano de
gruesos dedos el sillón de roble junto a la mesa. También era alto, al menos de seis
pies de estatura. El fuerte declive redondeado de los hombros hacía que
su cuerpo pareciera casi cónico -no más ancho que gordo e impedía que la
americana recién planchada le sentara bien.
—Gracias —dijo la muchacha en un murmullo, antes de sentarse en el
borde de madera del sillón.
Spade se dejó caer en su sillón giratorio y le hizo dar un cuarto de
vuelta para quedar de frente a la muchacha, sonriendo cortésmente.
Sonreía sin separar los labios. Todas las uves de su rostro se hicieron más
largas. Dashiell Hammett
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