Alta, cimbreña, sin un solo ángulo. Se mantenía derecha y era
firme de pecho. Iba vestida en dos tonos de azul, elegidos pensando en los
ojos. El pelo que asomaba por debajo del sombrero azul era de color rojo
oscuro, y los llenos labios, de un rojo más encendido. A través de su
sonrisa brillaba la blancura de los dientes.
Él se levantó, saludó inclinándose y señaló con la mano de
gruesos dedos el sillón de roble junto a la mesa. También era alto, al menos de seis
pies de estatura. El fuerte declive redondeado de los hombros hacía que
su cuerpo pareciera casi cónico -no más ancho que gordo e…