Después de leer este artículo, escrito por un catalán al que tengo por persona instruida y razonable, me gustaría hacer un par de comentarios desde mi conocimiento del asunto.
Normalmente vivo en Francia, pero pasé un tiempo en Barcelona no hace tanto. Lo cierto es que Barcelona me ha gustado siempre mucho más que Madrid y sigo pensando que es una ciudad más bonita, más interesante, y con muchas más posibilidades que la capital del reino.
Lo que no se puede esperar, de todos modos, es que siga atrayendo talento y universitarios, o que siga siendo un centro cosmopolita, cuando las autoridades insisten en potenciar los localismos como barrera de entrada.
Y no digo yo, por ejemplo, que se deban impartir las clases universitarias en español, pero está claro que impartirlas en catalán, en vez de en inglés, no ayuda a atraer gente de fuera.
Los idiomas encapsulan, ya lo sabemos. Y los idiomas pequeñitos encapsula en nichos pequeñitos. Si pretendes captar talento e internacionalizar la economía, y para ambas cosas tiene Barcelona virtudes más que de sobra, no puedes imponer a la gente una impuesto de tiempo, esfuerzo y dinero en forma de la obligación de manejarte en un idioma pequeñín.
El caso de Alemania es ejemplo de lo contrario: en las profesiones punteras, se puede trabajar o estudiar en Berlín sabiendo sólo inglés, y no será porque el alemán no tenga galones.
Pero es que no se trata de galones, sino de prudencia: las ideas provincianas generan ambientes provincianos. Leipzig es Leipzig porque en inglés no compras ni el pan, y que no te pase nada si se te ocurre dejarte caer por Erfurt, Bayreuth o algunos sitios de los que visité hace años.
La conservación de la identidad puede ser muy interesante, no lo niego, pero no es compatible con la pretensión de ser a la vez abierto, vibrante, innovador y cosmopolita.
Las decisiones lingüísticas llegan a menudo más lejos de lo que se suele aceptar. Un idioma impuesto, el que sea, es una barrera de entrada. Francia lo sabe y lo aplica. Alemania se lo aplica a los pobres (puedes ser científico o programador en inglés, pero ni se te ocurra querer trabajar de nada que no sea de alto nivel sin un grado mínimo de alemán) y en Italia practican una especie de pasteleo que ha dejado al país a la cola de todo en lo que no fuesen líderes hace ya cincuenta años.
Barcelona, en cambio, es la que más me duele: teniéndolo todo para ser un clúster de primer nivel, se empeñaron en jibarizarse a sí mismos. En lugar de ser una gran ciudad europea prefirieron ser la capital urbana de un país agrario y además aún inexistente. Una mala apuesta.