Las declaraciones efectuadas hace unos días por Corinna, al parecer una de las muchas amantes del que ahora nos hacen llamar rey emérito Juan Carlos I, acusando a este de fraude fiscal y de haberla utilizado como testaferro para sus corruptelas, junto con la prisión a Iñaki Urdangarín por el caso Noos, parece haber quebrado definitivamente la imagen edulcorada que durante años los medios nos habían transmitido sobre dicha familia y que tuvo como punto culminante un vídeo emitido por todas las televisiones, en las que como si de una sitcom propia de los años 90 se tratase, se veían imágenes del actual monarca junto a su mujer y sus dos hijas en escenas cotidianas como son la comida o el momento de llevar a sus hijas al colegio. Un vídeo que tenía como objetivo mostrar que la familia real es como cualquier familia española, algo difícil, si no imposible, teniendo en cuenta que dicha familia lleva siempre consigo el apelativo real. Tan difícil, que el vídeo consiguió justo lo contrario de lo que se proponía.
Si hay algo innegable actualmente, es que la monarquía española está en decadencia, y que esa decadencia podría explicarse sin necesidad de tener sobre la mesa las corruptelas conocidas recientemente de forma oficial, aunque sospechadas desde hace mucho tiempo, o la situación en Catalunya. Ambas cosas no han hecho más que acelerar un proceso que era inevitable, pues a la imposibilidad de explicar ya no solo a las nuevas generaciones la utilidad y eficacia de un sistema monárquico, se suma ahora el saber que el anterior monarca, sufragado con dinero público, ha gozado de meretrices, cacerías, excursiones a bordo de un barco de nombre bribón, cobro de comisiones…etc. y que el actual se ha posicionado del lado de aquellos que defienden la constitución y la unidad de España incluso a sangre y fuego si fuese menester.
Pero cuando hablamos de la monarquía española debemos hablar de su origen, y este va indudablemente ligado a la figura del dictador Francisco Franco, fue el quien proclamó a Juan Carlos I en base a la ley de sucesión en la jefatura del estado y a él proclamó Juan Carlos I su lealtad, al que llegó incluso a sustituir en la jefatura del estado en dos ocasiones en las que el dictador cayó enfermo. Ya en 1978, la monarquía sería colada con calzador en la constitución española, pues de haberse celebrado un referéndum, como bien reconoció Adolfo Suárez en su día aunque nos enterásemos años más tarde, la monarquía habría salido mal parada y no precisamente por culpa de la izquierda, que en aquel entonces reclamaba otras cosas y que inexplicablemente no presentó enmiendas en sentido republicano durante la elaboración de la constitución.
Pero de la misma manera que hay que recordar el pasado, también hay que vivir el presente, y a día de hoy, 40 años después de los hechos anteriormente explicados, las cosas han cambiado mucho. Y es que España será siempre ese país que se empeña en involucionar en determinados aspectos al tiempo que evoluciona en otros. Y en el caso de la monarquía esta percepción resulta flagrante, pues es evidente que dicha institución no goza hoy del apoyo del cual gozaba hace tan solo unos años ni siquiera por parte de los más acérrimos. Hoy la cosa ya no se divide entre Juan Carlistas y monárquicos, pues se ha demostrado que lo primero es casi peor que lo segundo, el CIS hace tres años que no pregunta sobre la monarquía, y la mayoría de medios de comunicación parecen haber tirado la toalla en cuanto a lavar la imagen de una familia salpicada por los escándalos. Que lejos queda aquel campechanismo de Juan Carlos I, el perdonarle sus excesos cuando ante los medios y con cara de niño arrepentido, pronunció aquellas ya famosas palabras “Lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir” o aquellas informaciones sobre los escándalos de la zafia familia real británica en comparación con el saber estar y el buen hacer de sus homólogos españoles.
En definitiva, negar que la monarquía está hoy más cuestionada que nunca es negar la evidencia, aunque eso paradójicamente no suponga que el fin de esta sea inmediato ni a corto plazo, pues desde el gobierno se van a encargar de mantener con vida a la corona, y el republicanismo presente en España en muchas ocasiones se limita a las redes sociales. Es por eso que se hace necesario poner encima de la mesa la inutilidad de tener como sistema una monarquía, que por honesta que hubiese sido, que tampoco es el caso, no puede tener cabida en un sistema democrático, pues su funcionamiento se guía por la biología, materia muy interesante sin duda alguna, pero cuyo objetivo no ha de ser elegir al jefe de estado. Mientras no haya la valentía para afrontar este tema, la corona se mantendrá, con escándalos, con corruptelas, en estado precario, entendiéndose que la palabra precario aplicada a la familia real adquiere otro significado, en las condiciones que sean, pero se mantendrá.