Hace unos pocos días encontré un hilo en Twitter de un bombero forestal andaluz explicando los problemas a los que se enfrentan con la administración y la previsible intención del gobierno autonómico de privatizar las brigadas forestales. El caso es que en uno de los tuits mencionó algo que me llamó la atención: los fuegos de sexta generación. Pensé que podía ser un término algo sensacionalista, pero que quizá viniendo de un profesional podía tener también su importancia.
Y sí, parece que sí tiene su importancia, que lo que comunmente podemos entender como "incendios más grandes", no sólo lo son, sino que también tienen otras características que dificultan mucho su extinción, tanto, que consideran que sólo los puede apagar la lluvia.
La consideración de la dificultad necesaria para apagar estos incendios es lo que determina su clasificanción en "generaciones". Una dificultad que, a lo largo de los años ha dependido única y exclusivamente de las características del terreno, unas características cambiantes en función de la despoblación y el abandono de cultivos y pastoreo. La pérdida del "paisaje mosaico" y el crecimiento de masas forestales no explotadas o la aparición de plantaciones de eucaliptos y pinos donde anteriormente había terrenos de cultivo y pastos, cada vez más cerca de los núcleos de población.
Así, los incendios de primera a cuarta generación son los "incendios de toda la vida", cada vez más difíciles de controlar y, cada vez también, más cercanos a las poblaciones. Los de quinta generación (a partir del año 2000) son los asociados a olas de calor más intensas, de rápida propagación por los llamados "fuegos de copa", que puede crear a su vez múltiples focos (en la página cuatro de este documento se explican las diferentes categorías de incendios).
Y llegamos a los llamados "incendios de sexta generación". Su principal característica es que son impredecibles, son muy rápidos, muy agresivos. Tanto, que son capaces de modificar las condiciones atmosféricas y climáticas del lugar en el que se producen. La explicación radica en las enormes cantidades de energía que desprenden. Aunque está pendiente de catalogar, creo que todos recordamos los incendios en Canadá a principio de verano y las tormentas eléctricas asociadas a los mismos.
Aunque pueda parecer sensacionalista, son aquellos incendios que tienen la capacidad de cambiar las condiciones atmosféricas. Liberan grandes cantidades de energía generando nubes convectivas a capas altas de la atmósfera. Se forman tormentas de fuego siendo la propagación aún más incontrolable, pudiendo llegar a quemar más de 4.000 hectáreas por hora. Se considera que son imposibles de apagar por medios humanos y que la única alternativa es escapar de ellos.
Hace años, se solía decir que "los incendios forestales se apagan en invierno", haciendo referencia a la labor de prevención: limpieza de montes, cortafuegos, etc. Algo que, aparentemente ha quedado obsoleto porque ahora también influyen extremadamente las condiciones climáticas. Por lo que conozco, las labores de "apagado en invierno" siempre han sido deficientes. Con la desaparición de población y, sobre todo, de las labores agrícolas tradicionales y sumando el contraproducente aumento de plantaciones de eucalipto y pino, tenemos el cóctel perfecto para el desastre. Ayer se publicó este meneo (que pasó sin pena ni gloria, por cierto) sobre un artículo que leí estos días mientras buscaba algo de información sobre el tema. "La era de los incendios que ya no podemos apagar".
Teniendo en cuenta que las condiciones climáticas no son controlables, lo que nos queda es la prevención. Todos los informes establecen la necesidad de recuperar el "paisaje mosaico" a modo de cortafuegos, poner freno a la despoblación rural y recuperar población en la medida de lo posible y cambiar totalmente nuestra gestión de los montes, así como las labores de prevención de incendios.
Pienso que esto es imposible y que, desgraciadamente, se está haciendo todo lo contrario desprofesionalizando las brigadas de bomberos forestales para "ahorrar", fomentando la despoblación y garantizando el cultivo de especies que favorecen la propagación de los incendios.