En 1950 el promedio de hijos era de 4,7. Según las estimaciones hechas por expertos en 2100 caerá por debajo de 1,7. En 2100, 23 países, incluidos Italia, España y Japón, verán su población reducida a la mitad, y habrá 6 veces más adultos mayores de 80 años que ahora, pero solo 59% de niños menores de 5 años. Una pirámide poblaciónal insostenible que colapsará por sí misma.
Esto es debido a que no nos reproducimos. Principalmente, porque la gente no tiene dinero ni una situación laboral estable. Existe un 35% de mujeres mayores de 30 años que quiere ser madre y no puede por su situación económica-laboral. Eso es un drama social.
Pero también se da la situación inversa: gente colocada en trabajos mucho mejores que la media, pero que no quiere tener hijos porque no quiere ni responsabilidades ni ver reducido su nivel -materialista- de vida.
Hoy en día, la tecnología es muy buena para controlar la realidad externa y ofrecernos sucedáneos de los estímulos biológicos verdaderos, consiguiendo incluso que sean más atractivos que estos y conlleven menos riesgos y esfuerzos: señales artificiales de supervivencia y reproducción que estimulan nuestros centros de placer, que no cuesta nada conseguir, y que no tienen los "efectos secundarios" de las reales.
La fruta fresca es mucho más cara que los refrescos azucarados sin nutrientes. Tener amigos de verdad supone mucho más tiempo y esfuerzo que conseguir "likes" en facebook o instagram. Para conseguir una cita no hay que salir de casa, el sexo nos llega por wifi directamente a nuestras pantallas.
Este virtualismo de la biología hace que nos estemos extinguiendo lentamente en una orgía de consumismo, hedonismo, narcisismo y egoísmo; dedicando más tiempo y recursos al placer y mucho menos a los niños: a tenerlos, pero también a educarlos y facilitar su crianza.
El ser humano se ha convertido en un peter pan que quiere vivir en bucle en un stories de instagram; borrachera de placer sin final, tirados en un diván individual para toda la eternidad mientras desaparecemos como especie. Ya nos lo contaba Zardof, aquella magnífica película con un diseño de vestuario imposible. Un carpe diem nihilista.