Lo que más alarma en el infierno es el inquietante estado que muestran al atardecer los cielos. La imagen de un decoro lamentable, el pulso quieto y resignado, el gesto agonizante y esa terquedad en la porfía de una llama temblorosa… Son tan vulnerables.
Pero no nos confiamos, aquí estamos todos advertidos, ya sabemos que el truco del buen Dios es hacernos ver que al octavo se hizo bueno.