El de Jack el Destripador fue un fenómeno derivado del anonimato de la vida urbana y, por tanto, necesitó de altavoces que popularizaran sus sangrientas correrías y le proporcionaran un nombre. Su leyenda, que ha perdurado hasta hoy, no hubiera sido posible sin la catarata de cartas que inundó a la policía y de la que se hizo eco la prensa, dándoles a todas una credibilidad que es menos que endeble.
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