Las ciudades estadounidenses se desarrollaron rápidamente en la segunda mitad del siglo XIX y comenzaron a concentrar gran parte de la actividad industrial y, por ende, los empleos. Por ejemplo, Chicago y Boston pasaron de tener 109.300 y 177.800 habitantes en 1860 a 1.698.000 y 561.000, respectivamente, en 1900. A ellas llegaron millones de personas, unas venidas de áreas rurales en busca de una vida mejor y mayores salarios, y otras llegadas desde Europa, que huían por distintos problemas.
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