Las películas basadas en hechos reales, como éste es el caso, constituyen alguna clase de subgénero en sí mismo. Bien conocido es que la realidad siempre supera a la ficción.
Está claro que consiguieron fugarse, y no sólo eso. Su fuga fue probablemente la puntilla que terminó con Alcatraz como prisión. ¿Sobrevivieron a la travesía por la bahía?
La película no aventura respuestas, se queda ahí, en el relato conocido. A poco que uno lea algo sobre el tema cazará algunas complicidades que por lo menos en el metraje final no fueron explicitadas. Así cuando uno lee que usaron un instrumento musical a modo de fuelle para para inflar la barca y los salvavidas no puede evitar recordar el acordeón: -¿Hace tiempo que tocas este chisme? -Un par de meses. -¿Lo haces bien? -Fatal.
También algunas licencias, al parecer el motor para el improvisado taladro era de una aspiradora vieja y no de un ventilador. No son menos interesantes las imágenes reales de las cabezas falsas de algún tipo de escayola. Según declaró el cuarto integrante de tal expedición, el que se quedó en tierra, los planes empezaron en diciembre. Para los otros tres (¿el ratón cuenta?), el 11 de junio de 1962 fue el último día que pasaron en sus celdas.
El plano de la ficha de la prisión tras la entrevista con el alcaide donde se señala el cociente intelectual del recluso no se cuenta sin embargo entre las licencias, por más que se puedan denostar tales mediciones. 133 para ser exactos, el promedio se halla en torno a los 100, diez arriba, diez abajo. Einstein estaba en unos 160.
Pero la película es en realidad muy asequible y funciona con códigos bastante elementales, no por ello cae en el simplismo e incluso se permite alguna alegoría: ¿Cree que en esta isla crecen crisantemos?
En realidad lo hace desde el principio con Eastwood caminando desnudo sobre el pavimento en dirección por primera vez a su celda.
Pero si hay un escena memorable en el film es la del taller. Cómo vacía esa caja de clavos, recoge meticulosamente los dedos de Doc uno a uno, se limpia un poco el índice con el borde y se la entrega al guardia: tenga, ponga esto en su informe, le escupe.
Supongo que se encuentra dentro del apartado de licencias, por más que sirva como metáfora de los abusos y a la postre la deshumanización de la vida en presidio que aboca a la locura, aunque sí es cierto que Frank Morris dejó la pintura de su (¿auto?)retrato en su celda. Aunque viéndola uno piensa más en las cabezas postizas que en cualquier otra cosa.
A la película no le sobra absolutamente nada, ni un plano ni una línea de guión, es casi como si se hubiera imbuido de esa cierta parquedad de la vida carcelaria al punto de resultar incluso algo brusca, pero casi siempre certera: ¿Piensas en la muerte?
La breve historia del bibliotecario parece sacada del subtítulo de otra película de Eastwood, aún siendo un lugar común, un western de la década anterior (Hang’em high) que aquí se aprovechó para otra poco atinada traducción: cometieron dos errores.
El relato real se va adornando con anécdotas de prisión, algunos datos y brillantes líneas de guión que conducen más que satisfactoriamente la historia hacia su inevitable final.
Pero termina sin poder contarnos el verdadero desenlace: maldita sea, ahora que esto empezaba a sonar bien…
Al final una imagen vale más que mil palabras, ni siquiera hace falta recalar en su ficha de la prisión donde se lee literalmente “an escape artist”, esta es una foto de Frank Lee Morris en 1960.
Mírala. ¿Todavía tienes alguna duda? Abróchate el cuello.