¿Tienes el tono? Dos, tres cuatro… Avisa desde el principio, no hay muchas películas en las que la música tenga el protagonismo que tiene en “Una historia del Bronx” (A Bronx Tale). Normalmente cuando se mezclan diálogos y música en un escena, ésta última de sitúa en el fondo. Aquí es muchas veces al revés. El jazz del autobús, la pelea con los moteros o con los ciclistas… Hendrix, los Beatles, una maravilla. El retrato de una época y un lugar, de una vida, a través de la música. Y no es que el guión le vaya muy a la zaga: ¿no confías en nadie? Es una forma horrible de vivir… Para mí es la única.
En general se puede decir que el cine trata bastante bien a la mafia. No saldrían más favorecidos en la mayoría de casos si ellos mismos financiaran la producción. Tal vez porque se suele narrar la historia desde su punto de vista, y esta película no es una excepción, pero se da un detalle interesante, hay una tensión recurrente entre la vida honesta de un trabajador que representa el personaje del padre, que interpreta un impecable (delante y detrás de la cámara) Robert DeNiro y la forma de verlo del capo de turno: los obreros son unos pringados.
Y aún hay otra parte, Sonny tiene muy claro que los chavales del barrio sólo saben meterse en líos y se sitúa muy por encima de ellos, aunque a él mismo terminen pasándole factura sus propios pecados. Aún así presenta un retrato de sensatez: la violencia no siempre es la mejor solución, en palabras textuales.
La película rezuma cierta sabiduría: tener la escuela del colegio y la de la calle, 20 dólares es barato para que no te vuelva a molestar alguien a quien no aguantas y, por supuesto, “la prueba de la puerta”. No confundir, claro, con la prueba de Mario, bastante menos sutil.
La película, aún con un metraje más que respetable, de casi dos horas, fluye como un cuento y termina cuando pareciera que debe empezar. Termina, como tal vez todo en la vida, con un nuevo principio. ¿O alguien duda que C se pasará por el bar a “saludar” al personaje que conoce en el velatorio? Al final hasta Lorenzo, el padre, rinde sus respetos a quien asume los riesgos de vivir una vida bajo otros estándares éticos (larga es la escena del recorrido marcha atrás). Y por supuesto paga el precio.
Porque el relato que se desprende del cine es que a veces hay sangre y violencia, por supuesto, y disputas, pero no es una violencia ni ciega, ni gratuita, ni resultado de la locura. Es otra ley, otro juego de poder paralelo al más público y notorio, al oficial, por más que se puedan solapar. Son mundos que a veces se tocan, como los de la frontera que supone la avenida Webster y el color de la piel, los del bar y el autobús, el del trabajo duro y honesto y el de la vía rápida y el dinero fácil.
No hay en realidad en el film juicio moral, ni siquiera le da al espectador los elementos para que pueda valorar si el asesinato que desencadena la trama puede tener alguna justificación o proporcionalidad: antes de hablar entérate de qué está sucediendo. Tampoco sabemos en realidad quién manipula el coche de Sonny, en realidad no hace falta. La película no nos dice por qué, sólo nos dice por qué no y nos recuerda en realidad lo poco que sabemos acerca de las acciones y decisiones de los otros, pero sí que deja claro al final algo bastante cabal: que no, no fue por el aparcamiento.
Al final cada uno toma su camino y asume las consecuencias. ¿Y C? Bueno, yo no lo veo conduciendo un autobús. Como todas las buenas historias sabe a poco, en realidad son sólo unas cuantas pinceladas y la maestría está aquí en mayor medida en lo que no cuenta que en lo que sí. Pero uno se queda con la sensación de que le han contado una buena historia, tal vez demasiado buena para inventarla, y tal vez haya aprendido algo. Si uno habla con cortesía y respeto, muy probablemente encuentre reciprocidad en cualquier parte. Ahora bien, si no cumple con su palabra, tal vez se vea en una situación de la que ya no pueda salir. O que el talento por sí solo no es suficiente si no se hace lo que se ha de hacer y que nada hay más triste que el talento malgastado. O una última que seguro que hemos oído todos alguna vez: Cuando seas mayor lo entenderás.