Suelo sacar siempre que puedo el tema de la teoría del valor marxista.
La razón es que la ley de oferta y demanda no funciona como pensamos, no es la cantidad total lo que determina el punto de encuentro que es el precio si no la urgencia. Se explicó en capítulos anteriores:
www.meneame.net/m/Los12monos/factor-tiempo-ley-oferta-demanda
Es por lo tanto la necesidad lo que fija el precio. De forma completamente desvinculada del coste.
¿Y a quién beneficia eso? Pues a quien tiene menor urgencia o necesidad.
El otro día por la noche subí al Tibidabo con la bici, antes de amanecer, y llegué a la iglesia empapado en sudor.
No suelo llevar agua, en todo caso paro en alguna fuente de camino. Y al ver salir a un trabajador le pregunté por una fuente. En las máquinas de la entrada 2,20 un agua y 3,95 una cocacola. No me va de ahí, pero siempre me ha parecido un abuso. Para mi sorpresa ha tenido la gentileza de ofrecerme un vaso de agua.
El coste de producción de una botella de agua, comparado con el precio de venta fácilmente se puede estar multiplicando por 20. Un vaso de agua apenas cuesta nada.
Mucho se habla de la plusvalía en el reparto de beneficios de una empresa, pero menos se habla de ese dividendo que es el margen.
El relato que nos han vendido es parecido al del mercado de valores: todo el mundo puede participar en igualdad de condiciones. Y es la manera de meter en la misma jaula a hormigas y dinosaurios. En realidad de ponerlos en un cuadrilátero a pelear.
Es obvio a quien beneficia el mercado de valores y es obvio a quien beneficia el margen. Y el motivo es el mismo: la urgencia, la necesidad. En bolsa se suele decir que hasta que uno no vende no materializa pérdidas y con la suficiente paciencia, salvo casos terminales, la cosa puede volver a remontar el vuelo. Quien no puede esperar no tiene ni esa oportunidad.
En el caso del margen, hay productos y servicios de los que es prácticamente imposible prescindir en la sociedad actual. La luz seguramente incluso antes que el agua. Al final el conjunto de condiciones creadas favorecen a aquellos que están en posición de especular explotando la necesidad. Ése es el resultado del sistema de libre fijación de precios, el abuso sobre aquellos en situación de mayor necesidad, con lo que, partiendo además de una situación de enorme desigualdad, esa desigualdad sólo puede aumentar.
Tan interiorizado está ese sistema de libre fijación de precios que ni siquiera nadie nunca piensa en ninguna posible alternativa. Ni se menciona, no existe. La verdad es que han invertido ingentes esfuerzos en dar a esa alternativa por refutada, denostada, enterrada y olvidada.
Sin embargo es un de los pilares principales, junto a la ya mencionada plusvalía, del edificio teórico que diseñó Marx. O más bien de su crítica contra el sistema. En cualquier caso la idea es que la economía debería ser regida por costes.
Esto sin duda entraña sus complejidades, y seguramente existan posibles fórmulas que dejen sectores fuera de ese criterio fundamental. Pero lo grave de todo esto es que hayamos olvidado que la naturaleza del comercio es la del intercambio, el trueque. El margen es una suerte de tasa del poder.
Pasa también en la relaciones personales, necesitar al otro más de lo que uno es necesitado genera una tensión que termina por resolverse. También son relaciones de poder, como las comerciales.
Pero tampoco es del todo así por naturaleza, se acentúa en un marco de desigualdades y desequilibrios.
Hoy en día, bajo la bandera de la libertad marchan las huestes del abuso. Es así de sencillo.
En sociedades más equilibradas, más igualitarias, no existen tales mecanismos de explotación.
Y es cierto que una economía regida por costes implica otras dificultades, la información que la teoría actual dice que envían los precios (como si los precios se subieran o bajaran solos) en el caso de los costes la genera el stock. Que tampoco es un ente abstracto, es el resultado de las decisiones de productores y consumidores. No hay abstractos fenómenos meteorológicos en economía, hay acciones y decisiones individuales que conforman tendencias y sinergias colectivas.
Y muchos se escandalizan, es inadmisible que en casos críticos puedan haber estantes vacíos. Sin embargo no se sonrojan lo más mínimo con estantes repletos de productos inasequibles. Ni viendo a gente dormir en la calle o rebuscando en los contenedores, es el mismo fenómeno.
Ciertamente el impacto psicológico puede ser muy distinto entre estantes vacíos y productos inasequibles, aunque el resultado sea el mismo. A nivel práctico es una manera de limitar en base al poder adquisitivo, algo que también vemos jugando su nocivo papel como en la concesión de crédito, como en tantos otros ámbitos de la economía.
En una conversación reciente Elon Musk y Jordan Peterson, a priori dos personas inteligentes, se esté más o menos de acuerdo en sus respectivas conclusiones, se interrogaban por lo que ellos interpretan como una “caída demográfica en sociedades que alcanzan la prosperidad”.
Es prácticamente imposible llegar a conclusiones acertadas desde premisas erróneas. Lo que cambia de las sociedades en desarrollo a las desarrolladas es en realidad el acceso a los anticonceptivos, entre otros factores. Y lo que nos vendría a señalar es que tal vez lo que se está desarrollando no sea lo correcto, por lo menos para obtener una demografía positiva. Si es que eso es deseable, que ya es discusión aparte.
Pero supongo que desde ese “mundo de prosperidad” en el que seguramente viven Musk y Peterson es más difícil entender por qué los esclavos no quieren tener hijos.
Idiocracia, ese film que ha acabado siendo si no de culto sí algún tipo de referencia, nos contaba la historia un poco al revés. Se diría que los perfiles presentados de una pareja de cierta cultura y otra con mucha menos, describiría además de la interna de cada sociedad un poco el conjunto de sociedades del mundo.
Y sí, en algo cambia el nivel económico, pero no parece el factor determinante, por lo menos en ese grado. En cualquier caso bueno sería poder generar las condiciones para que se puedan consolidar parejas, porque no es sólo la demografía lo que tal “prosperidad” destruye si no el propio tejido social.
Pero las soluciones a tales problemas, no es que estén fuera de la mesa de negociación o de las posibilidades, es que se diría que aún están por soñarse. No es así, la enfermedad fue diagnosticada hace siglos.
Imagino que hoy Marx estaría pavorosomente maravillado de ver, no sólo sus predicciones sobre la acumulación de capital cumplidas, si no el monstruo en el que se ha convertido el capital financiero internacional. Y ése sí que come niños, no los comunistas.
Coste: cantidad de trabajo requerida para producir algo.
Valor: cantidad de necesidad de un producto o servicio.
Precio: en una sociedad justa, el coste. En una explotadora y tiránica, el valor.