La manera de contar bien una historia se supone que es empezar por el principio, pero eso no siempre es posible. Podría empezar con esos mapas, como el de Piri Reis, que muestra una tierra que por entonces ni siquiera era conocida para la civilización actual. Pero lo que quiero contar es muy posterior, empieza, como todos los principios, con un final. El de la segunda guerra mundial.
Tal vez lo de los nazis en la Antártida ya suene hasta a tópico underground. Es natural que declaraciones como las del almirante Dönitz, diciendo abiertamente que ha construido “un shangri-la inexpugnable” para su führer, resulten cuanto menos llamativas.
Teniendo en cuenta además que el cadáver de Hitler se identificó por un trozo de mandíbula y muchos nazis lograron trazar su ruta de huida a Sudamérica, se puede entender que termine siendo terreno abonado para especulaciones.
En cuanto a documentos oficiales, existen archivos desclasificados del FBI que recogen la rumorología de la prensa de la época y poco más, situando a Hitler aquí o allá, siendo reconocido, etc. Incluso existe un documental argentino en el que un carpintero relata con toda normalidad un encuentro. Tal vez decepcione a alguien, pero al parecer se había quitado el bigote.
Lo que sí está mucho más contrastado es que Skorzeny, el que llegó a ser catalogado como “el hombre más peligroso de Europa”, persona de confianza de Hitler al que encomendó las misiones más delicadas, entre ellas el rescate de Mussolini, fue guardaespaldas personal de Perón.
Un tipo audaz, qué duda cabe. Con una de esas llamativas cicatrices en el rostro resultado de los duelos de esgrima de su juventud. Él mismo lo relata en sus memorias. Y un tipo peligroso, por lo que otros cuentan de él.
Lo cierto es que que existe un cierto rumor de nazis en Argentina y no sin razón: por sus puertos pasaron algunos submarinos en rendición tras el final de la segunda guerra mundial, cuentan que uno fue hundido frente a sus costas y que todavía se puede avistar en la bajamar.
Huelga decir que la llamada tierra del fuego, al sur de la Patagonia, es la masa de tierra más cercana al continente helado. Es un lugar más que inhóspito, poco apropiado para el Shangri-la al que pudiera referirse Dönitz. Seguramente nadie en su sano juicio buscaría en tal lugar refugio. Algunos de los viejos exploradores como el británico Scott pagaron con la vida sus intentos de conquista.
Y lo natural sería concluir aquí la conjetura, descartando la posibilidad por descabellada.
Pero sucede que la realidad, tiene la mala costumbre de superar a la ficción. Y el dicho la manía de cumplirse incluso más de lo que cabría esperar. Y he aquí que en 1947 tiene lugar la operación Highjump. El nombre es oficial y material “desclasificado”. Incluso hay un libro subtitulado “la guerra que nunca existió” que tal vez nos pueda dar un panorama más realista de lo que sucedió que lo que la historia oficial cuenta a día de hoy:
Que aquello fueron unas simples maniobras en el hielo. Como muchos que conocen el asunto han observado, la envergadura, que hizo necesaria una versión pública pues era imposible ocultar aquello, no parece razonable para la circunstancia declarada. Ni tener que desplazarse hasta la Antártida si lo que se busca es hielo y no algo que sólo se pueda encontrar allí.
A estas alturas ya debería estar meridianamente claro que lo que se plantea es que la segunda guerra mundial no terminó el 30 de abril de 1945. Terminó a los ojos del mundo. Y no se puede decir en realidad que la ganaran los aliados. A pesar de disponer de armamento nuclear.
Si hemos de dar crédito al relato del almirante Byrd, tendríamos que remontarnos a los orígenes mismo del nazismo y aún más allá. El interés por la historia y por el esoterismo se ha recogido hasta en las películas y ha quedado en la cultura popular. Himmler estuvo de visita en el monasterio de Montserrat, seguramente siguiendo una de las historias del grial que cuenta quedó depositado en un supuesto Mont-salvat.
La esvástica es una antiguo símbolo. También la cruz de hierro, que a la postre es una cruz de Malta, como las de las velas de las carabelas. La impresión que da es que las élites nazis tuvieron acceso a un conocimiento antiguo desde sus mismo inicios. Algunos los vinculan con la sociedad secreta Thule.
Todo ese relato de razas, los arios, los judíos. No sé si la historia real, pero alguna historia les fue contada. Y no hay buena mentira que no tenga algo de verdad.
Lo cierto es que todo lo que tenga que ver con el pretendido Reich de los mil años está rodeado de controversia, oscurantismo e incluso tabú. Y sigue habiendo cosas francamente difíciles de explicar, al final todo se atribuye con ligereza a la locura del líder, y a otra cosa.
Si se analiza la situación militarmente, la apertura del frente oriental es algo que no puede tener el menor sentido para ningún estratega. E incluso con errores estratégicos de bulto, no estuvieron tan lejos. 11 millones de muertos le costó a la URSS pararlos. Y a pesar de llegar los primeros a Berlín, Stalin supo que Hitler había escapado. Lo que no está tan claro es que supiera dónde, algo que sí averiguaron los EEUU más tarde.
Y allí que fueron a exterminar el último reducto del régimen nazi, en el que los submarinos de Dönitz debieron tener un papel clave para el trayecto. Lo cierto es que la URSS sufrió un desgaste desgarrador en la contienda y es muy posible que aún disponiendo de la misma información que los EEUU hubiera dado por finalizado su papel. En cualquier caso, hasta donde yo sé, no hay constancia de que intervinieran, ni otras potencias europeas.
Si volvemos al almirante Byrd, y hemos revisado algo de la mitología que bebieron y se creyeron los nazis, cierta o no, tal vez podamos verlo con otra luz. Algo que, malinterpretado, puede sonar del todo ridículo: Agartha, la tierra hueca, el origen de la raza aria…
¿Sabes lo que es ridículo en realidad? Habitar en la superficie de un planeta, a merced de tsunamis, meteoritos, llamaradas solares y quién sabe qué más. Y a pesar de todo los mayores núcleos de población se hallan en las costas. Tampoco parecía mala idea el diseño de la central nuclear de Fukushima hasta que ocurrió algo fuera de lo habitual. Una receta para el desastre, sin duda, como bien se pudo comprobar.
Ya que hablamos de Japón, se da la circunstancia que la presencia de la esvástica es bastante común en su cultura, se puede ver asociada a imágenes de Buda. Tal vez algo tenga que ver con lo que podría parecer una curiosa alianza. Y, siguiendo con los colaboradores, hoy se ha convertido en chascarrillo aquello de la “conspiración judeo-masónica” que chocheaba Franco, pero lo cierto es que desde determinados niveles de poder se tiene acceso a más y mejor información. Y aún así parece que nadie escapa de las mentiras.
Lo que explicó el almirante Byrd, y que fue publicado en la prensa de la época, no encaja demasiado con la idea que tenemos de la Antártida: un continente sepultado bajo metros y metros, sino kilómetros de puro hielo. Aunque tal vez el mero hecho de que la historia fuera divulgada debería hacernos dudar.
Si nos ceñimos a los hechos, el actual presidente de EEUU, hizo un curioso viaje relámpago a la Antártida justo al final del mandato de Obama, administración de la que fue vicepresidente.
Es un viaje curioso, cuanto menos. Y un momento llamativo. El momento es importante a la hora de revelar lo que no es contado porque algunas cosas simplemente no pueden posponerse, se puede adornar todo, maquillar, tergiversar. Pero el momento puede ser invariable.
Aunque por supuesto no da mucho más que para la especulación. Ahora bien, si se une a otros contextos, como el desarrollo al final de la guerra por parte de los nazis de ciertos ingenios voladores, o el paseo que un buen día unas llamativas luces se dieron por la mismísimo Capitolio… ¿fue en el 52? Y ¿en qué año fue la conocida como “Batalla de Los Ángeles”? EEUU estaba en guerra si no recuerdo mal, pero siempre lo está en alguna parte. Si se une a otros contextos, decía, la impresión que da es que la pretendida hegemonía global de Washington nunca fue tal.
Sí, echaron a los nazis de Alemania y llenaron Europa de bases de la alianza militar que lideran, pero me temo que de la Antártida volvieron con las manos vacías. De hecho, rumores hay de explosiones nucleares por aquellas latitudes y fechas, incluso antes de poner un pie en el hielo, si no recuerdo mal. En cualquier caso son extremos difícilmente contrastables. Es lo que tienen los secretos. Pero lo cierto es que, a juzgar por el escenario que ha quedado a los ojos del público, aquella supuesta contienda del 47 debió finalizar como lo hacen todas las guerras: con alguna clase de negociación y acuerdo. Y no parece que EEUU, por más que dispusiera de la bomba atómica, tuviera en ella una posición de fuerza.
Muchas más dudas que certezas, desde luego: dudas, todas y certeza apenas ninguna. Pero sigamos delimitando esa silueta. Dada la situación hipotética planteada hasta aquí, ¿qué clase de acuerdo se podría haber alcanzado? Sin tener en cuenta a otras posibles partes, que ya es mucho suponer.
¿Cabría hablar de alguna suerte de vasallaje? Porque la idea de “me voy a quedar aquí y vamos a hacer que no existimos el uno respecto al otro, te puedes quedar el mundo” me temo que es demasiado inocente. Lo cierto es que el poder se cuida mucho de ofrecer un rostro. Se aprende muy rápido en los duelos de esgrima, igual que en las artes marciales y en general en cualquier confrontación física: se ofrece el menor blanco posible al enemigo.
Hacer creer que no existe es el mejor truco del demonio, se suele decir. Y lo cierto es que por lo que nos consta la Antártida es todo un continente de puro hielo: sin volcanes, sin geotermia, sin los paisajes verdes que describió Byrd.
La hipótesis se puede juzgar incluso como surrealista, pero lo cierto es que explicaría algunas cosas que de otro modo resultan de difícil comprensión: la árida tarea de buscar a un tal Bin Laden durante largo tiempo en cuevas de Afganistán, la invasión relámpago de Irak justo cuando el arqueólogo Jörg Fassbinder creía haber hallado la tumba de Gilgamesh, el paso por Siria y ahora la provocada guerra de Ucrania por las pirámides enterradas en Crimea, que quedó escindida tras el intento de golpe suave en 2014 y bajo control ruso.
Volviendo al 47, no parece que los rusos estuvieran en ese tratado. Sin embargo, sí podría parecer que, además de los científicos nazis que incorporaron a sus filas en lo que fue la conocida como operación Paperclip, entre ellos el muy conocido Von Braun, padre del programa espacial americano, los EEUU hubieran heredado un cierto gusto por temas que parecían más preocupaciones de un régimen de locos. O tal vez lo que recibieran finalmente fue un mandato.
Papel curioso jugaría Israel en este hipotético escenario, aunque la programada creación del estado semita merece sin duda ser abordada aparte. También la estrella de David que luce en su bandera es sin duda un símbolo muy antiguo. Lo que parece incuestionable, llegados a este punto, es que al público se le cuenta, cuanto menos, mejor.
Y que algunos parecen empeñados en seguir ahondando en la historia antigua, para su exclusivo provecho, ahora ya de una manera mucho más discreta, solapada, sin incurrir en los errores del pasado, aunque operaciones como la del saqueo del museo de Bagdad al final sean pura evidencia.
¿Conclusiones? Que ni siquiera conocemos el escenario real ni a los actores que lo componen. Que formamos parte de una partida de ajedrez, que como un simple peón, ni siquiera ve la totalidad del tablero y no escoge donde mueve: es movido.
Y más allá de la propia figura hay sólo un horizonte difuso de mentiras, medias verdades, especulaciones y rumores. Sombras en la oscuridad.
Que cada uno saque sus propias conclusiones, al final tampoco es que podamos hacer gran cosa, tal vez alguien termine con la peregrina idea en la cabeza de que Hitler es el responsable cambio climático. Sea como sea, la verdad nunca se ha contado entre el patrimonio de los desposeídos.
¡Nazis en la Antártida, menuda locura! ¿Y en la luna no? Bueno. Ya llegaremos.