El principio de curiosidad está profundamente arraigado en el cerebro. Bien es cierto que también aparece en muchos animales, sin embargo, en el ser humano este instinto es mucho más poderoso y sofisticado. Esto se debe a nuestra selección natural, puesto que este mecanismo nos permite dar con nuevos recursos para adaptarnos a cualquier circunstancia y salir airoso de ella.
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