La historia de los experimentos humanos de la prisión de Holmeburg comienza con la llegada de un particular y carismático dermatólogo a la misma en 1951: Albert Kligman, fue convocado por una epidemia de pie de atleta. Sin embargo, lo que vio al llegar no fueron los cuerpos de hombres que necesitaban su ayuda, no. Fue un campo gigantesco de piel completamente a su disposición.
Dentro de los experimentos se incluyeron talcos, champús, jabones, cremas y todo tipo de sustancias que se frotaban en la cara y la espalda de los prisioneros.
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