En cierta ocasión, un embajador fue invitado a la casa de un riquísimo mercader. El mercader se vestía con las telas más lujosas, y su mesa era tan abundante que aún sus días de ayuno eran verdaderas bodas. Tenía un palacio que rivalizaba con el del sultán, tantos criados y esclavos que no podía contarlos y las mujeres más bellas vivían en su harén. El embajador se quedó perplejo ante tanto lujo y le preguntó "¿De dónde te viene toda esta riqueza?" -"Ah, amigo mío"-contestó el mercader-"De mi inteligencia, ¿de dónde si no? Todo lo debo a mi talento para los negocios, a mi saber moverme en ellos, a mi olfato para aprovechar las ocasiones".
Pasó el tiempo, y el mercader hizo nuevas inversiones, pero en esta ocasión, uno de sus barcos naufragó, el otro fue apresado por piratas, y el que finalmente llegó a puerto fue rechazado por los compradores, nadie quería aquélla mercancía en esos momentos.
Cierto día que el embajador paseaba, vio a un mendigo en quien reconoció al otrora riquísimo mercader. Se acercó de inmediato a socorrerle y no pudo por menos que preguntarle "¿Pero... de dónde te viene esta miseria, amigo mío?" -¡Ah, noble amigo! ¡Me viene de la Fortuna! He tenido mala suerte". Dijo el mercader.
Me lo ha recordado por que me parece muy... exótico que una persona que ha tenido éxito, no le dé importancia a su olfato, o a su intuición o inteligencia para vanagloriarse, sino que directamente admita que, aunque ha trabajado duro para ello, también ha tenido su poquito de suerte.
Comentarios
Mi resumen personal: La suerte se busca.
Como me suena a libro de autoayuda.
"Como ves, tuve suerte. Acabé en el equipo de Windows"
En cierta ocasión, un embajador fue invitado a la casa de un riquísimo mercader. El mercader se vestía con las telas más lujosas, y su mesa era tan abundante que aún sus días de ayuno eran verdaderas bodas. Tenía un palacio que rivalizaba con el del sultán, tantos criados y esclavos que no podía contarlos y las mujeres más bellas vivían en su harén. El embajador se quedó perplejo ante tanto lujo y le preguntó "¿De dónde te viene toda esta riqueza?" -"Ah, amigo mío"-contestó el mercader-"De mi inteligencia, ¿de dónde si no? Todo lo debo a mi talento para los negocios, a mi saber moverme en ellos, a mi olfato para aprovechar las ocasiones".
Pasó el tiempo, y el mercader hizo nuevas inversiones, pero en esta ocasión, uno de sus barcos naufragó, el otro fue apresado por piratas, y el que finalmente llegó a puerto fue rechazado por los compradores, nadie quería aquélla mercancía en esos momentos.
Cierto día que el embajador paseaba, vio a un mendigo en quien reconoció al otrora riquísimo mercader. Se acercó de inmediato a socorrerle y no pudo por menos que preguntarle "¿Pero... de dónde te viene esta miseria, amigo mío?" -¡Ah, noble amigo! ¡Me viene de la Fortuna! He tenido mala suerte". Dijo el mercader.
Me lo ha recordado por que me parece muy... exótico que una persona que ha tenido éxito, no le dé importancia a su olfato, o a su intuición o inteligencia para vanagloriarse, sino que directamente admita que, aunque ha trabajado duro para ello, también ha tenido su poquito de suerte.
1 - No ser supersticioso.