La carrera de Matt Dillon estaba en pleno despegue, se convirtió en algo habitual ver cómo su cara forraba las carpetas de las quinceañeras y empezaba a ser percibido como un icono de la contracultura juvenil por parte del público. Pero lo mejor todavía estaba por llegar. En 1983, Dillon llega a la cima de su carrera al ser reclamado por el maestro Francis Ford Coppola
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