La madrugada de ayer, en León, a eso de las 5 de la madrugada, la Policía rescató a una mujer de avanzada edad que llevaba un día perdida, tras haber fallecido su marido en casa por el coronavirus. Buscaba el hospital para hacerse la prueba, completamente deshecha y desorientada.
Recordemos que en España, más de dos millones y medio de personas mayores de 65 años viven solas y 850 mil de ellas son mayores de 80 años. 3 de cada 5 jubilados están en riesgo de pobreza. Y según el INE, estas cifras se doblarán en los siguientes 20 años. Es decir, 5 millones de personas mayores viviendo solas y si la coyuntura económica no cambia, que no lo parece, vivirán (viviremos) una situación mucho más precaria, por no decir directamente dramática y que alcanza cotas de delirio si profundizamos en países tan desarrollados como Inglaterra, Estados Unidos o Italia.
Aquí, en nuestro país, miles de ancianos no fueron recogidos por familias tras ser dados de alta en hospitales, obligando a las comunidades a asumir su custodia. Desde el Ministerio de Sanidad ya hablan de "práctica habitual". Sucede todos los días en España, muchísimo antes que que se desencadenara la crisis del coronavirus, aunque no lo creáis. Muchos de ellos no son dependientes y son perfectamente conscientes del abandono.
Todas estas monstruosas estadísticas irán a más, por pura lógica cuantitativa, una de las natalidades más bajas del mundo, nuestra pirámide poblacional y la absoluta intrascendencia de los planes de apoyo a la tercera edad en los sucesivos presupuestos estatales.
"Los viejos no venden, los viejos no dan buena imagen. Mantenemos las pensiones (hasta que podamos) y los animamos con el IMSERSO" piensan los que mandan, año sí y año también. Saramago, a su avanzada edad, hablaba ya de esa mayoría olvidada de la que nadie habla, a la que nadie importa. Personas que recobraron cierto protagonismo con la llegada de la crisis por una mera cuestión de sostén en la economía familiar, a través de sus pensiones.
Se combate ética y educativamente contra el racismo, contra el machismo, contra la homofobia, contra la pobreza en el tercer mundo, algo que apoyo fervorosamente, pero nadie combate contra la marginación de nuestras personas mayores.
El coronavirus ha puesto de manifiesto las precarias situaciones de salud en la que viven miles de ancianos en las residencias de ancianos. Residencias que han sufrido como nadie, los recortes de la sanidad y de apoyo social a lo largo de estos últimos 10 años. Pero esto trasciende ampliamente al horror de las residencias.
El otro día en la SER escuché los testimonios de los bomberos sacando cadáveres de viviendas unifamiliares y el testimonio de uno de ellos me dejó petrificado: "Que no se me entienda mal, lo que está ocurriendo ahora es un desastre, pero yo llevo más de 10 años sacando cadáveres todas las semanas. Personas mayores que mueren solas y olvidadas existen desde hace mucho, pero ahora con el COVID esto vende. El Ayuntamiento encargó un estudio con el que colaboramos, pero las cifras eran escandalosas y el estudio se fue al limbo".
Y luego hay otra estadística a la que muy poca gente atiende: según Cáritas, un estudio realizado en colaboración con los servicios funerarios de la Comunidad de Madrid revelaba que, en 2014, 1 de cada 6 personas mayores de 85 años eran enterradas solas y 2 de cada 5 lo hacían con una presencia de menos de 5 personas al sepelio. Puede parecer una tontería pero no lo es. La red familiar, emocional, vital, no es que falle, es que en muchos casos no existe. Es como si al llegar a cierta edad, ellos dejaran completamente de contar para nada.
Todos seremos viejos algún día, bueno, los que tengan la suerte de llegar. Nuestras opiniones, emociones y esperanzas deberían valer tanto como lo valen ahora y no solo durante el mes electoral. ¿Conseguiremos que algo cambie para cuando lleguemos a 2050 y hayan en España el doble de viejos de lo que hay hoy y sea completamente insostenible pagar las pensiones?