Hace 15 años | Por registrado a diagonalperiodico.net
Publicado hace 15 años por registrado a diagonalperiodico.net

Una reelección, algo que no consiguió su padre a pesar de sus mejores calificaciones. Bush pasará a la historia por encabezar la rebelión del hombre airado. Si el Tribunal Supremo no hubiera escogido a George W. Bush presidente de EE UU en 2000, la historia del Contragolpe seguramente sólo sería material para profetas alarmados (y alarmistas) y excelsos reportajes fotográficos de El País Semanal acerca de unos sectarios antiaborto en el corazón del imperio....

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Es relevante que sea blanco? Si hubiera sido negro dirias estupido hombre negro? roll

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La evocación de un territorio virgen y arcádico en el que los estadounidenses disparaban a los ciervos desde un truck, comían pollo frito y emitían los gases tóxicos que considerasen necesarios para garantizar el ejercicio de su libertad, forma parte de la ficción recreada por los adalides de la reacción ultraconservadora de los que habla Thomas Frank en su Ensayo ¿Qué pasa con Kansas? Este libro explica unas cuantas razones por las que la población de los estados por los que no hace tanto paseaba el fantasma de Tom Joad –los que representan la llamada América profunda– encontraron en Bush a uno de los suyos, a pesar de que el ex presidente, como sus predecesores, haya trabajado básicamente para salvaguardar el interés de las grandes corporaciones. “Pasar por alto lo económico es una condición previa necesaria para la mayoría de las ideas básicas del Contragolpe”, explica Frank.

Una vez conseguido el objetivo de sacar del debate las cuestiones de clase, queda la cultura, y la cultura, en Estados Unidos, se encontraba amenazada por los progres, por el saxofón de Bill Clinton y las teorías evolucionistas.

¿Eres tú John Wayne?

Con motivo de las manifestaciones contra la invasión de Iraq, George Bush padre declaraba que “nadie puede permitirse que su política nacional sea determinada por cuanta gente se manifiesta en Barcelona”. A raíz de las numerosas manifestaciones de personalidades de Hollywood en contra de la reelección de Bush jr., Kevin Madden, portavoz de su campaña en 2004, declaraba que los votantes “no quieren consejos de artistas sobre seguridad nacional”. Declaraciones de este tipo estaban encaminadas a fortalecer uno de los puntos que auparon a la reelección del que Gore Vidal calificó como el “peor presidente de la historia de Estados Unidos”: la lucha contra lo exótico, es decir, lo extranjero, y la influencia europea.

La cultura del período Bush, basada en la omnipresencia de Dios, una cerveza fresca al atardecer, tal vez, un home run por televisión y una fe ciega en la supremacía de los valores del machote blanco, encontró un yacimiento de votos entre lo que despectivamente se conoce como Red Neck o White Trash, un conglomerado de ciudadanos, normalmente de los suburbios, autoproclamados paletos o idiotas, hartos de la ironía y la petulancia de los listillos demócratas del Este y de los modernos hedonistas de California. El enfado del hombre corriente contra la pérdida de valores que se reflejaba en la publicidad, la televisión, el cine o la música rap, encontró un símbolo en el ex presidente ya que éste encarnó a la perfección al hombre chapado a la antigua y de costumbres simples del que hacen burla los cosmopolitas progres.

“La diferencia entre mi padre y yo”, declaró en su día Bush, “es que él estudió en el Greenwich Country Day y yo fui al San Jacinto Junior High”. Básicamente, mientras Bush padre pertenecía a la élite de la costa Este el hijo se jactaba de haber estudiado en un instituto popular en el que se entretenía explotando ranas con petardos y preparando novatadas a los rookies.

Karl Rove, consejero mayor de Bush jr., explicó que el ex presidente comprende a los paletos (bubba en inglés) “porque hay mucho de paleto en él”. Por su parte, el análisis que hace Tom Wolfe de esta sintonía interclasista es que Bush “a pesar de su linaje pudiente y refinado, de su tipo de familia y de la universidad a la que asistió, se las arregla estupendamente para moverse entre esta gente como uno más de ellos. Anda como ellos, habla como ellos, le encanta el ganado y dice que disfruta con las carreras de coches trucados”.

Es evidente que en este Contragolpe Bush ha contado con la inestimable ayuda de los líderes de opinión de la derecha. Como señala Frank: “Las noticias de la Fox, el Instituto Hoover y todos los periódicos regionales cantan las virtudes del hombre republicano trabajador aun cuando acaban con sus oportunidades económicas mediante la subcontratación, las últimas leyes de horas extras, los pésimos seguros médicos y las nuevas técnicas coercitivas de los directivos de las empresas”. Tal incoherencia puede estar asociada a la propia imagen de los estadounidenses: ya se sorprendía Tocqueville en el siglo XIX de que un norteamericano “se ocupa de sus negocios como si estuviese solo en el mundo, y un momento después se entrega a la cosa pública como si los hubiese olvidado”.

La esencia de la libertad

Frank considera que en la conquista ultraconservadora, la reacción se ha situado en el lugar de la víctima tradicionalmente ocupado por la izquierda política.

Lo que está en juego, según esta corriente, es la esencia de la libertad, aunque ésta no se concrete más que en derechos que ya son intocables como el de poseer armas y en una añoranza del derecho a hacer lo que les dé la gana, entendido como sentido supremo de la libertad. Contra la idea, un tanto ingenua y bastante peligrosa, de que los progres inoculan su veneno en todas las expresiones culturales coartando así la libertad de los hombres tradicionales, este autor explica que “puede que los ultraconservadores no entiendan por qué, pero la cultura de los negocios se ha mezclado con la contracultura por motivos que tienen mucho que ver con su objetivo prioritario: las ganancias”.

De este modo, el equipo de George W. Bush consiguió que cada queja de los artistas, escritores y celebridades de Hollywood sonara como la expresión de los prejuicios de una élite destronada contra la verdadera Norteamérica, y que las críticas a su mandato fueran achacables a esa legión de acomplejados y afeminados ecologistas, incapaces de sentir orgullo por su nación y sospechosos de no aprobar de puro snobs la “legítima defensa” contra el enemigo global.

Con el apoyo de unos pocos actores en decadencia y un nutrido grupo de cantantes country, y el incondicional enfado de esa clase irascible que piensa que la decrepitud moral que azota las viejas creencias estadounidenses no está relacionada con la situación económica y sí con una conspiración progre contra los valores tradicionales, George W. Bush consiguió que su reelección se convirtiera en la primera prueba de que los ultraconservadores podían llegar a la cima del mundo sólo con la demostración de su rabia.