La magnitud del desastre laboral español es tal que nos hemos acostumbrado a ver el paro y el resto de particularidades de nuestro mercado de trabajo como características naturales, o como manifestaciones de una maldición bíblica de la que no es posible librarse y que hay que sufrir con resignación. Tasas de paro inconcebibles en la mayoría de los países desarrollados, un desempleo juvenil que se dispara hasta el 45% y una estructura dual que discrimina entre trabajadores fijos protegidos y ese 20-30% de trabajadores precarios que corresponde..