A sus 31 años Francisco Enríquez llevaba siete trabajando en un Mercadona de Málaga. Había laborado como repartidor, panadero (“una especie de comodín en la empresa”, afirma) y finalmente recaló en la pescadería, dentro de las tiendas de la cadena que preside Juan Roig. Había cobrado siempre las “primas” o complementos como trabajador que cumplía.
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