Ya no se sacrifican animalitos en casa de nadie. Ahora se adquieren previamente asesinados, dispuestos para el consumo. Todo muy aséptico, muy limpio, para aliviar las conciencias más sensibles del sentimiento de culpa que nos produce imaginar al inocente conejito cuando nos lo zampamos con arroz, y no tengamos presente la idílica imagen del candoroso bicho con sus orejitas, su pelito suavito y tal.
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