Nunca me gustó correr. Me parecía aburrido, cansado, solitario, innecesario. No le veía la gracia a eso de empeñarse en ir de acá p’allá, sintiendo que te falta el aire y, encima, sola. Lo mío era más ir al gimnasio, hacer una clase de esas que estaban de moda o levantar pesas un rato, vestuario, risas, ducha y a casita.
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