Durante años, el presunto estafador prometió y concedió intereses al 20% del capital invertido. Es decir, por cada mil euros, recibían 200 euros al año. El supuesto buen negocio fue recibido con entusiasmo entre los inversores, que no dudaron en recomendar a su gestor particular a sus compañeros e incluso familiares. El boca oreja hizo el resto. Hasta que todas las bocas empezaron a callar al percatarse de que el buen negocio era en realidad un timo.
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