Tras la caída del muro de Berlín, en 1989, la izquierda occidental decidió jugar a un juego radicalmente distinto al que había jugado en las décadas anteriores. Abandonando toda veleidad revolucionaria y todo sesgo obrerista, la izquierda europea y norteamericana apostó fuertemente por los caminos que habían abierto algunos activistas tras la conmoción social de mayo del 68.
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