No hay ninguna razón, ni poderosa ni débil, para defender la intervención militar rusa en Ucrania. Tampoco debiera haberla, sin embargo, para ignorar la responsabilidad que la OTAN, y con ella las potencias occidentales, tiene en la gestación de muchas crisis y tensiones. En un escenario en el que el presidente ruso, Putin, le ha hecho un regalo formidable a la Alianza Atlántica, en la forma de un inesperado reverdecimiento, se impone recordar qué es esa alianza y a qué intereses sirve.
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