En la década de 1970 conocí a una de las principales propagandistas de Hitler, Leni Riefenstahl, cuyas películas épicas glorificaban a los nazis. Nos alojábamos en el mismo albergue en Kenia, donde ella estaba en una tarea de fotografía, después de haber escapado del destino de otros amigos del Führer. Me dijo que los “mensajes patrióticos” de sus películas no dependían de “órdenes de arriba”, sino de lo que ella llamaba el “vacío sumiso” del público alemán.
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