Manuel, vecino de la calle Lepanto de Paiporta, una de las más embarradas del municipio más arrasado, lleva tres semanas viviendo en la casa de la suegra de su hija. Él y su mujer en una habitación; su hija Inma y su novio en otra; y la madre de él en otra. La escena se repite en cientos de hogares. Casi ningún vecino de las plantas bajas de esta localidad, que haya sobrevivido a la dana, puede habitar en ellas. Y si aún no se ha ido es porque tiene miedo de dejar la casa sola: sin muebles, ni ventanas, ni puerta, ni ropa, ni una silla para sen