Todo empezó, para variar, en 4chan. El cenagal de internet leyó el artículo con devoción y lo convirtió en una cruzada, lanzando una virulenta, atroz y misógina campaña de acoso contra Quinn y su familia. Le llamaron de todo, amenazaron de muerte, reventaron sus cuentas personales, y la forzaron a que tuviera que abandonar su domicilio. El ruido y la furia pronto alcanzó Twitter; Adam Baldwin (el hermano idiota de Alec) se apuntó con entusiasmo, aportando el hashtag con el que esta historia ganaría su infamia,
#gamergate.
Este mismo año, los demócratas andan la mar de sorprendidos de por qué no tienen a su Joe Rogan, todos los podcasts que no son “de política” hablaban bien de Trump y por qué hacer ejercicio, comer sano, los videojuegos, las apuestas deportivas o el boxeo son súbitamente de derechas