Cuando en Codenomicon detectaron Heartbleed no tenían ningún equipo dedicado a bautizar ‘bugs’. Tampoco quienes dieron con Shellshock o Sandworm habían establecido un proceso para decidir cómo llamar a sus hallazgos. Los descubridores de estas vulnerabilidades nos han contado el origen de los apelativos: “No sabíamos que iba a convertirse en algo icónico y viral”. Cada día salen a la luz nuevos fallos de seguridad, pero ¿todos necesitan un nombre?
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