Scott Fahlman escribió por casualidad el primer emoticono digital en los 80, sin ser consciente de que aquella sonrisa se convertiría en un símbolo mundial. Ahora, este experto en inteligencia artificial está cansado de firmar autógrafos por una creación a la que no atribuye mucha importancia. Lleva casi cuarenta años trabajando en otra cosa: lograr que las máquinas piensen como los mortales.
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