En el almacén del Museo de Informática Histórica de la Universidad de Zaragoza los aparatos se apilan en las paredes, rebosan de los armarios, se acumulan en las esquinas. El remolino del avance tecnológico deja aquí su sedimento y lo acumula en estratos que se exploran luego a martillo y soldador. El poso de las viejas máquinas cubre cada rincón como un polvo del que vinieron estos lodos: este texto, propagado por via digital y que los ojos repasan sobre una pantalla.
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