Hacía un frío de cojones. La lluvia se estrellaba contra las ventanas mientras el ambiente artificial de la oficina llenábase con las luces fluoradas del frío y anodino blanco del ocho cuarenta.
E estaba decidido a emprender su carrera como escritor aquel medio día. Una carrera que a saber a dónde le llevaría, probablemente a ningún sitio, pero que sería más de lo que había hecho hasta entonces. Sabía de buena tinta que los primeros escritos que brotasen de las puntas de sus dedos no valdrían para nada más que para poner en evidencia su falta de... bueno, de todo aquello que hacía que los escritores fuesen tales (incluso a los malos). Precisamente para salvar la situación resolvió lanzar unos cuantos tiros al aire. Aunque le iba a joder malgastar sus mejores ideas, era consciente que en realidad no iban a ser las mejores ideas.
Crearía un blog de esos donde podría perpetrar artículos impunemente y erigir altares a su egozuelo, incipiente pero mal consejero, como la primera barba pubescente del que ya se corre pero no está lejos de ser un hombre. "Egozuelo", pensó relamiéndose para sus adentros. "¿Existirá esa palabra o mi genio creador ya ha empezado a abrirse paso a través de mis entrañas de vulgar oficinista?". Egozuelo no solo era un diminutivo despreciativo de ego, sino un juego de palabras entre ego y anzuelo, pues ¿no es acaso el ego -o la querencia por satisfacerlo- un anzuelo, una trampa si se quiere, donde caemos con facilidad?
Para reforzar la importancia de todo esto rememoraría con frecuencia las prudentes palabras de un profesor de matemáticas suyo, de prominente bigote sobre el labio superior y piernas un poco arqueadas, que además de números, sabía de sentido común: "cuando os vayáis a poner a hacer un examen recordad que la primera idea que se os ocurra casi seguro que no es la buena". Y si esto vale para las matemáticas, lenguaje y sistema de codificación con que se definen y explican todas las cosas, origen mismo de la vida -o arché- según Pitágoras, ¿no valdría acaso para sus primeras obras por muy maestras que él pensase que fuesen a ser?
Dicho y hecho, en el rato que se tarda en tomar un café de cápsula (con dos de leche), dio de alta un blog llamado "Un frío de cojones". El título había sido sugerido involuntariamente por una compañera oficinista, asidua a los jerséis de cuello de cisne y a tiranizar el termostato, que se reincorporaba después del piti de rigor.