Desde hace muchos años me conmueve y me moviliza un tema complejo y apasionante: el derecho a la felicidad y a la dignidad subjetiva de todas las personas, algo profundamente humano y que siempre sentí tan importante como la alimentación, el acceso a la salud y otros derechos básicos. La desnutrición emocional, la carencia de una educación que forme para el amor, las limitaciones de una piel más preparada para defenderse que para entregarse... Desde muy chica, con formas y pensamientos más y menos elaboradoras, mi reflexión y mi inquietud tenían que ver con una cuestión central: ¿Por qué a las personas que tienen sus necesidades básicas apenas satisfechas o insatisfechas les demandamos que, encima, no reclamen o no deseen las cosas que deseamos o necesitamos todos? ¿Por qué también deben tolerar con mansedumbre esa desigualdad?