Considero que es difícil que las personas que escriben sus memorias se libren de ser tachadas de vanidosas, aunque tampoco es ese el principal impedimento a su obra, sino el hecho de que, en todo lo que no presenten cosas verosímiles, a duras penas se las creerá, si se las cree, mientras que toda cosa que presenten dentro de lo obvio será juzgada como impertinencia del autor.
La gente tiende a pensar que solo son dignas de ser leídas o recordadas aquellas memorias que abundan en hechos grandiosos o impresionantes; es decir, aquellas que en gran medida mueven a la admiración o la compasión, relegando a todas las demás a la indiferencia y el olvido. Es, por lo tanto, no poco aventurado que un individuo normal y corriente, además de extranjero, solicite de esta manera la indulgente atención del público, especialmente cuando la historia que presento no es la de un santo, un héroe o un tirano. Creo que hay algunos hechos de mi vida que no le han sucedido a mucha gente. Es cierto que los avatares de ella son numerosos y si yo mismo me considerase un europeo, podría decir que lo que sufrí fue mucho, pero cuando comparo mi suerte con la de la mayoría de mis paisanos, bien puedo considerarme un hombre favorecido por la Providencia y agradecer su benignidad en todos los hechos de mi vida. Así que si mi narración no parece suficientemente interesante como para ganar la atención del público, sirvan mis motivos como disculpa a su publicación. No estoy tan envanecido como para esperar de ella la inmortalidad o buena reputación literaria.