Una habitación vacía, aislada e insonorizada para cada participante.
En una de las paredes, un espejo de cuerpo completo, detrás del cual estará la cámara.
Al lado del espejo, un monitor con la emisión del debate.
En el centro de la habitación, y de cara al espejo, un atril fijo de pie fino.
Cuando un participante tenga la palabra, se cerrarán automáticamente las cámaras y los micrófonos del resto. Podrán solicitar intervenir pulsando un botón en el atril, pero en cualquier caso solo se les dará la palabra cuando el otro participante termine.
Es la única manera. Porque podríamos pedirles ser educados, respetar el turno de palabra, no gritar, y todas esas cosas. Pero a la vista está que es imposible.
Así que como los partidos se empeñan en enviar a gentuza incapaz de comportarse, y a algunos nos gustaría que un debate político no fuera una antesala de El Chiringuito de Jugones, solo queda ser paternalistas, igualar por abajo y pastorearlos a todos.
Otra cosa es que los adalides de la libertad acepten debatir en condiciones en las que no puedan matonear, claro.