El otro día conocí a un señor mayor. Anciano, diría. Casi vetusto, por qué engañarnos.
Kurt estaba sentado a solas en una mesa del diner donde entramos yo y mis amigas a buscar café y algo de desayunar. Decadente desayuno en Denny's, qué menos. Recuerdo que en ese momento le estaban sirviendo café de una enorme cafetera, rellenándole la taza, quién sabe si una segunda o una tercera vez.
Más allá de mi fascinación por las personas mayores —las vivencias, las historias, todo lo que tienen que contar— y el hecho de que andaba solo por el local, con el sol golpeándole de lleno en la cara, no le presté demasiado atención.
Eso es, hasta que lo vimos pagar su cuenta, renquear hacia la salida y meterse en su coche. Qué coche, diosa. Qué coche. Fui corriendo hacia la puerta, cámara en mano, y me puse a hablar con él. Kurt, veterano de Vietnam, viudo, pasando todas las mañanas en Denny's con café, tortitas y recuerdos varios.
Nota: la primera foto no es del mismo día en el que le puse nombre. Es consciente de todas las fotos que se le hicieron.
Kurt conducía lo que hoy sé que es un Chrysler Imperial Crown de 1963, del cual se vendieron poco más de 500 unidades. De un azul cielo, con faros cuádruples montados en tallo, con aletas traseras y descapotable. Kurt estaba muy orgulloso de su coche, y me lo hizo saber en palabras claras con acento sucio.
No es para menos. Os aseguro, no era para menos.