No está muerto todavía, pero se debate desde hace años entre este mundo y el otro. Ha pasado ya más de una década desde que su suerte empezó a ser pisoteada, reiteradas veces, por las llamadas exigencias del progreso. Después de siglos de paz, rodeado de huertas, maizales y jardines al borde del río, en poco tiempo acabó cercado por las obras de una autopista, un paseo marítimo de cemento y un suelo de pesadas losas de granito que ahogaron sus raíces.
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