Las reticencias iniciales de los gobiernos europeos a tomar medidas drásticas, perdiendo un tiempo precioso, para contener la expansión del coronavirus y subestimando las evidencias de una emergencia global, recuerdan a la actitud habitual en materia de crisis climática. No es que “desde que existe el Covid-19 ya no ocurre nada, ya no hay cambio climático”, es que es lo mismo: el mismo ciego dirigiendo la cordada.
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