Hay crisis. Los políticos lo asumen. Los medios lo anuncian. En la oficina no se habla de otra cosa. Todos lo comentan mientras sorben cadenciosamente un insípido café. Todos opinan, aunque no sepan de lo que hablan. Normal. Llevan toda su vida haciendo algo sin saber realmente qué es lo que hacen ni para qué sirve. Discuten sobre quién es el culpable de la crisis. Su discusión consiste en un intercambio de obviedades y lugares comunes y el ganador será el que imponga el mayor cliché.
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