He podido constatar personalmente en Nueva York el caso de un hotel desde cuyo último piso muchísimos suicidas no pudieron resistir la tentación de terminar con sus vidas en un entorno agradable. Bastó construir una pequeña barandilla lo suficientemente alta que impidiera tirarse por ella para que no hubiera más suicidios. Un porcentaje elevadísimo de los que no cometieron suicidio renunciaron después a la triste idea.
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