La morriña la deja cada mañana en su bolsita de belleza. Antes de ponerse a cantar. En su corazón, no. Es imposible. Victoria Grheiman, le echa un pulso a la vida en el Metro. Es casi fija en el vestíbulo de Sol, en la línea 1, aunque va y viene por otras estaciones y pasillos del suburbano. Es rumana, de Bucarest, y se gana unos cuantos euros cantando. Ha venido a España sola y sola pasará la Navidad.
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